lunes, 29 de septiembre de 2008

FÁBULA IMPROCEDENTE DE OTOÑO. EL DESPERTAR DE BARCULIA

1. EL ARRIBO DE MERKEL-LI-RIPOU


Nunca quiso que le otorgasen la gracia de esta tiranía, que la desterrasen al país de las lenguas perdidas, al reino más pequeño del Gran Imperio de Ripoudia, regentado por la estirpe de los Ripou desde hacía 300 años. La suerte estaba echada para Merkel-Li-Ripou; los dados se empeñaban en los unos y no pudo obtener de su padre y emperador, Shusta-Ba-Ripou, más que el gobierno del reino de Barculia. En otros tiempos, esta tierra de bibliotecarios suponía un peldaño, un escaparate, el punto de partida hacia la corte imperial de TazMoncol. Antes de Merkel-Li-Ripou, Egus-Ba-Ripou, tío de Merkel, torturó a sus ciudadanos sin despeinarse, lo que tiene mérito pues su cólera traspasó las lindes del imperio aunque se las ingenió para hacerse necesario como Mandón Imperial de las Palabras Ambiguas. En su primer paseo por la Gran Avenida de las Artes, Merkel, quedó preocupada por la omnipresencia de su antecesor. Tendria que sobreponerse y librarse de las 6.000 esfinges y los 2.000 retratos con los que había colmado el reino, en su inagotable voracidad propagandística. Egus, alias El Cardado, casi liquidó las arcas de Barculia, aumentando escandalosamente la partida dedicada a su autoalabanza pero, a fuerza de multiplicarse en imágenes, alcanzó el peldaño más preciado. Contaba con la ceguera de su hermano, el emperador, cuya debilidad por la propaganda del gesto desdibujaba cualquier rasgo de cordura. Nadie como Egus para multiplicarla por cada rincón. La espléndida visión de una Barculia reinventada con grandes bibliotecas y templos dedicados al Gran Diccionario de la Fanfarronería disminuyó el detalle de que en la mayoría de estos edificios, en su interior, apenas había libros en las estanterías, ni mesas apropiadas para el estudio, ni conservadores bien formados.
Merkel-Li-Ripou llegó a Barculia con poco equipaje y mucha rabia agazapada en su espíritu. Acompañada de su leal Max Biempobre, un mediocre poeta que desayunaba cada mañana un poema de los buenos remojado en sopa de ortiga, esperando que ese conjuro le tocase el alma, aunque fuera de ladito y alimentase su incapacidad lírica. La nueva gobernanta observó el plantel de altos ejecutivos que su tio Egus había dejado a su servicio. Si bien todos tenían la maldad suficiente como para formar parte de su ejecutivo, sólo se interesó por uno que combinaba las dos cualidades que ella consideraba necesarias para su mandato. La mezquindad y el servilismo de Ramsóm Depodar la llevaron al borde de su emoción. Para ostentar un alto cargo en Barculia, uno no debía ser ni muy listo ni muy tonto, pero el servilismo se premiaba, sobre todo si iba acompañado de una especial destreza para el saqueo y el terror. Ramsóm Depodar, sin duda, disponía de esas cualidades, a las que debía añadir un miedo atroz a no ser nadie. Todos en Barculia evitaban acercarse a él por dos razones: su mal olor corporal y sus dotes de torturador. Corría el rumor en todo el reino de que era peor acercarse a él que sufrir su colérica bronca rebosante de insultos y vejaciones. En el Consejo de Mandones, sus propios colegas se rifaban los puestos más alejados al suyo. Los condenados a sentarse junto a él, se rellenaban los huecos de la nariz con bolitas de algodón empapadas en hierbabuena para soportar las reuniones semanales del Consejo.
Merkel-Li-Ripou detuvo con largueza su mirada sobre los estrábicos ojos de Ramsóm. Dedujo que ese defecto se debía más bien a su carácter psicópata que a una degeneración física. Ramsóm era el Mandón General de Digitalia, la cancillería más relumbrante en la época de la imagen. Merkel creía comprender a su tío Egus por haber nombrado a este encorvado con apariencia de buitre abandonado en tan codiciado puesto: la propaganda es la propaganda, se dijo mientras torcía la nariz. No haré que se bañe, me conviene ese mal olor,mmm… Contrarrestaré con mi voz de soprano … En ese instante, Merkel compuso su estrategia. Antes de eliminar al plantel heredado de Egus, haría su farsa de la sencillez, es decir, visitaría todas las estancias administrativas y saludaría, uno a uno, a todos los empleados del reino. Su inseparable Max Biempobre estaría a su lado en su primera visita a las seis plantas del Palacio de las Siete Mandatas. Con estudiadas paraditas preguntó al encargado de intendencia, a la jefa de limpieza o a los vigilantes de puerta por su familia o el desempeño de su labor. Algo la inquietaba en su camino, mucho más que la omnipresente imagen de su tío Egus por cada rincón del edificio, algo que no podía descifrar ni su potente agudeza. Se le aclararon la ideas cuando llegó a la quinta planta: El joven Párvel Sequer, un oficial de imagen, al ser preguntado por su condición en el trabajo, le respondió con la sinceridad de los nobles de alma, con la valentía de los que saben darse por perdidos: Estaríamos mejor si nos devolvieran las tinajas de agua. Al requerírsele una explicación más exacta, no se detuvo Párvel, a pesar de la desafiante mirada de Ramsóm que, a esas horas, empezaba a afilar sus dagas contra el muchacho: Brutus el Lancero nos castigó por reclamar el domingo como festivo. Salió al quite su jefe y servil mano derecha (más bien garra sin más) de Ramsóm Depodar, Magno Lonetto. El fiel compinche de Ramsóm era todo un compendio de la impostación. Decían las lenguas que en realidad se llamaba Zaldos Corectus, un suevo, un conocido delincuente en la gendarmería de Cerdeñita. Se tenía la certeza de que había matado al verdadero sujeto que portaba su actual nombre y apellido. Intentó borrar la osadía de Párvel con un dramático gesto: Su Altanería, bienvenida a erta su casa, y, mientras su rodilla se estrellaba contra el mármol, sus dedos sudorosos depositaron un gran retrato enmarcado en plata cordobesa en los brazos de su nueva ama. Ignorando la ridiculez del gesto, ella traspasó el pesado obsequio a su chambelán, Max Biempobre, tratando de avanzar por la sala de los artistas. Merkel notó un nudo en el estómago. Algo parecido a la angustia descolocó su humor y pensó en abreviar su farsa del congraciarse porque no era éste el teatro que se había tejido. Aún así decidió avanzar, pero el forzudo jefe de pantallas, Cósimo Ávralos, rompió el aire a su paso y, sin detenerse en el cortejo, se carcajeó del cuadro: ¿Pero estamos en Flamencolandia? Tarde comprendió que la escena obligaba a una compostura para la que no estaba preparado. Jamás había visto a Egus fuera de las grandes ceremonias, y de Merkel-Li-Ripou solo atinó a fijarse en su melena de estropajo. Una carcajada aún más impertinente sonó al final del pasillo: una chica saludó alegre a Cósimo y se fue con él sin que la nueva tirana pudiera echarle el ojo. Como si nada pasara, Merkel sobreactuaba escondiendo su lividez. Ramsóm Depodar le propuso acercarse al estudio de pintura. Fue ahí donde la comedia rozó el fracaso: Las hermanas pintoras, Clara y Elisa Martoli, sin dejar de ser educadas, saludaron a la nueva mandataria con un breve y unísono: "Bien, gracias", levantándose para ir a desayunar. Se les unió al número otro compañero pintor, Francesc Cuétar. Ramsóm, tragando toda su saliva, tiró de la chaqueta del Jefe de la Biblioteca Digital, Maranus Mikeli, quien, por no caer sobre Merkel, aplastó el pie a Max Biempobre. Las explicaciones de Maranus tratando de sacar el do más alto de su voz para apaciguar el ruidoso abandono de los artistas corriendo felices a repostar su ánimo, fue preludio del golpe de gracia. Párvel, que aún seguía en la escena, remató el esperpento: Bienvenida, señora, me bajo a desayunar. Magno Lonetto y Ramsóm Depodar intentaron agrandarse, conservar la fanfarria de la etiqueta pero Merkel se resintió. Ya tuvo suficiente. La sexta planta sería un rápido pasar con promesa mentirosa. Ya volvería con tiempo. Pero la sexta planta, de repente, se hizo décima. En el rellano de la escalera, el encargado de Publicaciones Barculianas, Dómine Cáster, se dirigió airado y sin miramiento a Magno Lonetto: ¿Cómo crees que puedo publicar tu panfleto si pones ensayo con "ll" y obra con "h"? Le arrojó los folios a los pies y se giró gritando: No imprimo nada tuyo hasta que vayas a la escuela nocturna. Buenos días.
Esa noche, Merkel-Li-Ripou odió a su padre, a Egus, a todo el mundo. Asegurándose de que todo el servicio dormía, derramó su rabia contra el secreter. La suave voz que la distinguía desapareció en las tinieblas de Barculia. Desentonó, sobrehumana y herida, sus intenciones de urgencia: Me quedo con Ramsóm. A éste le puedo medir su debilidad. Lo haré temblar hasta que acabe con todos. Y los voy a ahogar con tinajas de agua. El servicio, alarmado, se levantó con los desgarros creyendo que urracas enloquecidas habían invadido de nuevo los altos del palacio. Esos alaridos no podían ser humanos. Solo Max Biempobre prosiguió su tarea,que no era otra que copiar "Contra Jaime Gil de Biedma" para atragantarse el siguiente desayuno. Mientras cortaba el poema en pedacitos con los que condimentar su sopa de ortigas, alcanzó a descifrar el último lamento de su dueña: ¡Son inteligentes!
Ni uno ni otra sabían todavía la conveniente ristra de embustes que tendrían que fabricar para adueñarse del lugar.