domingo, 1 de junio de 2008

LA EXTRAÑA DESAPARICIÓN DE LA REPÚBLICA DE CALAMBURA (Novela colectiva)


Esto es un juego para descolocar a las caras más reales y someterlas al poder de la invención. Vamos a buscar personajes por el mundo y hacer con ellos una novelita de terror y risa.. Las reglas a seguir son bien fáciles. Calambura propone un primer capítulo que terminará con la aparición en escena de un personaje que tendréis que adivinar. Las preguntas serán al descarte: Desde aquí solo responderemos afirmativa ó negativamente. El que primero averigüe el personaje que está detrás, continúa con la narración . El tamaño debe tener un mínimo de diez líneas. Dejará siempre abierto el texto para que Calambura coloque al siguiente personaje para así, volver al juego con un segundo que comenzará su travesía donde el escritor anterior lo haya dejado.

No sé si queda claro pero, mejor ,empecemos con el primer capítulo.


1. UNA TARDE COBRIZA.


Eso pensaba Lorenzo Rivas de Oca, embajador que estrenaba dorado exilio en el minúsculo país flotante de la Polinesia. Para sus adentros, un resquemor le subia hasta la laringe al recordar la cara de su ministro y esa palmadita final al recibiendo la felicitación: Bueno Lorenzo, despúes de Tel Aviv, su nuevo destino le va a saber a gloria, ya verá. Pero Lorenzo, ávido y ambicioso, no dejaba de pensar que este regalo era más bien un castigo. Ser el primer embajador de un pais tan chico que no sobresale en nada no es sinónimo de premio. Con lupa debía mirarse en el atlas, con paciencia se contaban sus 20.ooo habitantes. Esta era la primera vez que España se decidía a colocar una embajada allí. Las razones , decía su ministro, eran económicas y estratégicas aunque no tenía claro el joven embajador que ese micro país prometiera un futuro halagüeño.
El piloto anunció el descenso. Lorenzo se giró con desgana para mirar la isla que lo acogería en los próximos cinco años pero sus ojos se expandieron por el doble cristal de la ventanilla. Pero, ¿donde carajo vamos a aterrizar? El atolón donde se suponía estaba la única pista de aterrizaje, aparecia y desaparecía de su vista según las olas bañaban el minúsculo terreno. Pero ¿qué carajo hago yo aquí?. Se tuvo que tragar el escrúpulo y las ganas de llorar. Quería regresar a Madrid, abandonar el cuerpo diplomático. Tres años encerrado, estudiando unas oposiciones para acabar en una era inmisericorde . Jamás se quejó de sus anteriores destinos, jamás puso en aprietos a su pais. Ni una palabra de más. Cuando las ruedas del tren de aterrizaje se comieron la pista, un deseo rabioso invadía el ánimo de Lorenzo. Ojalá se trague el mar esta mierda de país. Resopló, cerró su ordenador portátil y sonrío a la azafata australiana. Welcome to Calambura, sir.

Nadie vino a buscarlo al aeropuerto. Tenía la dirección de su mansión, una construcción moderna que abarcaba cuatro módulos pintados en blanco y azul, cercando un jardín con piscina y mirador frente al mayor arrecife de coral que poseía la isla. Nuestro país participaba en el plan de desarrollo sostenible de la pequeña república y Lorenzo llevaba el encargo de vigilar el proyecto y hacer de España la etiqueta de presentación. Era esta clase de tontería con las que el nuevo gobierno pretendía colocar el buen nombre de la España progresista y hippie. Las buenas intenciones patrias en el mercado de Calambura; ahí estaba Lorenzo Rivas de Oca para alcanzar el reto. La producción de aceite de coco y de coral se multiplicaría y, en cada exportación, Calambura estaría obligada a nombrar a su país benefactor.

El silencio solo se rompia por los encontronazos del mar con el malecón y algunos pájaros perezosos. Lorenzo esperó a la tripulación. No le resultó extraño ser el único pasajero que salió de Camberra aquella la mañana pero lo que le inquietó fue ver que dos aviones morían en un hangar junto a la pista y que la sala no reflejaba movimiento humano alguno. Capitán: dígame, ¿cúal es la frecuencia de vuelos a Calambura ? El capitán acostumbrado a encontrarse con la perplejidad en cada aterrizaje calambureño, invirtío la realidad, obviando la mayor: los que dejaron de volar. Australia y Nueva Zelanda mantienen sus dos vuelos quincenales. La zozobra seguía anidada en las pestañas del perdido embajador. El capitán le tomó del brazo y lo acompañó a la sala de llegada. Se suponía que debía recogerlo el secretario de la oficina de negocios. La oficina llevaba abierta un par de meses. Hasta entonces, Calambura no estuvo en los planes de ningún gobierno. Un hombrecillo de ojos achinados, enfundado en mono azul, apareció corriendo por la sala, estirándose las mangas hasta parecer que se desgajaban de la sisa. Su olfato le dijo que de los tres hombres, su nuevo jefe debía ser el flaco y largo rubio de ojos exaltados. Ah¡ Mister Mister, I,M sorry. Over there, over there, please. Le arrebató su maletín y con empujoncitos lo viró hacia un espléndido Rolls Royce. El lujo reanimó a Lorenzo: No todo ha desaparecido, merci dieu. Se recompuso y ante la falta de oficialidad que le dejaba a los pies de una extraña libertad, recuperó sus modales y quiso despedirse de la tripulación pero, ésta, encerrada en el baño , reservó las grandes carcajadas para los aseos y detrás de sus puertas la la explosión de risa amenazaba con tirar la puerta. El hombrecillo que no entendía de compostura, empezó a jalar las mangas de su jefe hasta quitarle unos gemelos de zafiro comprados en el bazar de Calcuta. Notó el empleado que su buena voluntad se convirtió en agravio y a, cuatro patas, tanteó ,loseta por loseta, la fantasmal sala. La tripulación seguiá tronando en el baño mientras el hombrecillo empeñaba su vida en recuperar los botones/joya. Lorenzo se rindió. Se dejó caer en la única banqueta que diponía la sala y guardó para sí su pliego de exigencias. Nadie recogerá su equipaje, nadie le pedirá su pasaporte, nadie le dará la bienvenida y nadie le pedirá explicaciones. De un manotazo levantó a su servidor de los suelos , obligándole a dirirgirlo al Rolls. Que se mueran de la puta risa, carajo..... El hombrecillo, sacó un trapo negro del bolsillo y se secó la frente sin apenas levantarse la gorrilla. Con las dos manos en alto, le indicó al nuevo amo que tuviese la paciencia de esperarlo. Corrió todo lo que sus cortas piernas le permitían. Del hangar sacó un carrito rosa de golf y Lorenzo pudo ver como trepaba a la barriga del avión para hacerse con las maletas. ya supo en ese instante que sólo el medio hombre estaría con él en este lado del mundo.

Carambula es una isla de 25 kilómetros cuadrados. Una república parlamentaria que reelige presidente cada 5 años. Sólo tres países disponen de misión diplomática aquí: Rusia, Cuba y Francia. Los demás se contentan con oficinas de negocios o con cónsules honorarios representando a los que no están por unos pocos dólares y una visa de derechos amplios. Lorenzo viene dispuesto a multiplicar la producción de coco y corales y etiquetar cada unidad con el nombre de la España cooperante.

¿Sabrá este renacuajo llevarme a casa?, se decía bajito. Ole, Ole, Raúl, Torres, olé, le animaba su servidor mientras lo torturaba por las sinuosas curvas de una carretara apuntalada por barriles con el nombre de un dios que debió salvar a la reina Victoria en un tiempo más esplendoroso.

La casa se alzaba sobre un montículo . El renacuajo aparcó en el porche el gran Rolls. Lorenzo se empezaba a acostumbrar a la extraña soledad. Recorrió, una a una, cada estancia. Todo en orden. Aún olían a agua perfumada los suelos y los roperos. Los ventiladores de grandes aspas funcionaban a tres velocidades. Los mosquiteros tenían la prestancia del estreno. Se asomó desde la ventana y vió al hombrecillo afanado en relimpiar el Rolls. La vista era poderosa. Agua y una ligera bruma. Debía llamar a España. Puso la bateria de su celular portátil a cargar. No le salía palabra alguna. Decidió aplazar la comunicación hasta deshacerse de su desasosiego. Un estruendo lo empujó a la ventana: el hombrecillo, bocabajo, yacía en la piscina. El verde musgoso se mezclaba con el rojo oscuro de su sangre. Alguien puso en marcha el Rolls. Un hombre de cara redonda y reconocible abria la puerta trasera del coche. Los dos se encontraron en la mitad de la distancia. Antes de subirse, el tipo sonrío a Lorenzo .Llevandose el índice de su regordeta mano derecha a la boca le exigió silencio. Esa petición esculpió en el aire una amenaza que recorreria todas las esquinas de Calambura cada tarde, cada segundo de vida que la isla contaba antes de que el mar se la tragase.



El primer personaje:



Su parecido es una mezcla bien conseguida del Dioni y José Mª Iñigo. Acostumbra a rodearse de malas compañias y recogió el testigo de un secuestrado.



Pregunta: ¿Es español?- No

2. El mapa equivocado

Lorenzo no salía de su asombro. ¿Era posible que el ministro de defensa colombiano, José Manuel Santos, estuviera detrás del asesinato de aquel hombre? ¿Por qué? ¿Qué tenía en contra suya? Y lo más intrigante ¿qué hace este señor en la pequeña isla de Calambura?

Lorenzo vio como el Rolls se alejaba con el misterio en su interior. “¿Y ahora qué carajo hago?”. Lo primero que hizo fue acercarse al mueble bar…vacío. A la nevera…vacía también. Finalmente, al no encontrar nada para beber y tranquilizarse, encendió un cigarrillo y se planteó llamar a la policía. Sí era lo que tenía que hacer.

“¿Operadora? Soy Lorenzo Rivas, embajador de España (…) No, no con España, con la policía, por favor (…) ¿cómo que con qué policía? Pues con la que tengan ustedes, yo acabo de llegar (…) No, no se lo puedo decir. (…) Bueno pues gracias de todos modos”

Colgó. Así que no disponen de seguridad. La patrulla más cercana estaba a 5 horas en lancha. ¡¡5 horas!! Más le valía andarse con ojo si no quería acabar como…¡el conserje! Todavía estaba flotando en su piscina. Tendría que sacarlo el mismo de allí.

Bajó las escaleras y salió al jardín, rodeó la casa y llegó a la piscina, pero sólo encontró el agua teñida de sangre y un reguero de agua que iba hacia la playa. ¿Qué hacer? Se dispuso a seguir el rastro cuando vio en el suelo una tarjeta de visita mojada y arrugada. La cogió y leyó: “558 PARK ST. ROSE STUNTON. 17:00”. Miró el reloj, eran las 16:20, tenía tiempo de ir, ver quien era esa Rose Stunton y por qué estaba su tarjeta junto a un cadáver desaparecido. “Un momento, ¿qué carajo estoy haciendo? Debería avisar a la policía y no jugar a detectives, pero sólo queda media hora para la cita…”

No había más que pensar, su conserje había sido asesinado y ahora su cuerpo había desaparecido. Se acercó al teléfono “¿Operadora? Sí, el mismo, con la policía, por favor, quiero denunciar una desaparición”.

5 minutos más tarde Lorenzo se estaba cambiando el traje por un polo de sport, pantalones cortos y zapatillas, se puso las gafas de sol y se dirigió al 558 de Park St.

La policía llegaría como pronto a las 10:30, por lo que tenía tiempo para ir, ojear un poco y regresar a tiempo para la denuncia, así seguro que podía dar algo más de información.

Lorenzo caminaba deprisa, echando un vistazo de vez en cuando a un mapa que cogió en el aeropuerto. Llegó con diez minutos de antelación a la cita misteriosa.

En el 558 de Park St. Había un complejo de oficinas con un gran jardín en la entrada, con una fuente en el centro y dos bancos enfrentados junto a ella. Decidió sentarse y esperar. Sacó el mapa de su bolsillo y se puso a ojearlo, como disimulando. Se dio cuenta de que si aparecían las personas citadas no se iba a poder esconder en ningún sitio. Quizá estaría mejor situado a la entrada del jardín.

Se levantó del banco justo cuando una mujer avanzaba por el paseo en su dirección. Lorenzo se quedó alucinado. La mujer rodeó la fuente y se sentó frente a él.