miércoles, 2 de abril de 2008

Departamento sin bidet

Si nuestros días no estuviesen marcados por esta frontera, amigo, la sangre hubiese sido motín de guerra. Porque el Hotel Convención no entraba en mis planes y porque tu mensaje último marcaba acciones bien diferentes a la ejecutada. Nos quieres y nos deseas suerte, leemos felices en el box del Maswik Lodge, y con el convencimiento de que volvías a las andadas, a la tralla y a tu jarana, contemplamos los poliédricos bordes del Gran Cañón, olvidando la ráfaga cruzada de diálogos y amenazas que te hicieran desistir y hacer mutis por el foro.Aunque sabía que no vendrías finalmente a vivir con nosotros al infierno defeño, pensé que esa idea de la nueva ciudadanía malagueña había rehecho lo que parecía incombustible: tu fe y tus ganas de vivir. Bajamos la guardia porque el viaje nos colocó frente a los placeres incesantes que regala esta rotura de la tierra, pantalla luminosa que ciega realidades más oscuras.
Y ese necesario olvido nos alejó de tus intenciones de Séneca moderno armando los letales artilugios con los que te ofreciste a la diosa NADA.
A Fernando le tocó avisarnos y a él lloramos en ese fatal minuto donde incrédulos y vencidos tuvimos que aceptar que habías querido morir, sin más.
Desde lejos, California no era el mejor escenario para entender la negra y última coreografía que nos regalabas y me enfadé, te hablé desde la herida y me juré abofetearte si la magia te reinventase y te colocase frente a nosotros.
Abandoné mi terquedad infantil porque el llanto de Ciro me obligó a rescatarte con el único modo que me valía. Abrí el ordenador y, en modo presentación, el viaje a Marruecos invadía la pantalla y tú, canalla, te cruzabas feliz mientras Loïc nos retrataba en la playa del Hotel Hypocampe, en Walidiya. Huele aún la imagen a mayonesa de argán y en tu camiseta asoman miguitas de pan que dejabas derramadas porque fueron muchas horas de viaje y el recuerdo de lo digerido calmaba tu infinita hambre, así que ellas fueron también compañeras.
Siempre te reservamos el asiento de atrás porque a los paisajes costeños y picudos se oponía tu interés en hacerte isla y el Calígula de Camus fue oasis sordo que te defendía de los planes y los mapas a los que fuiste sometido. Sólo regresabas a nosotros si la inminente parada te ofrecía la sorpresa de una buena cerveza, pero Ciro lanzó el enésimo aviso: Vamos a ver, Julio, esto no es España, y como niño aceptabas el castigo y rebuscabas entre las bolsas algún resto de pita y frutos secos. Loïc te reconviene y yo susurro, odiosamente maternal, un rápido consuelo: Llegaremos a tiempo para cenar como Dios manda y tú gustas. En Essauira habrá cerveza y vino.
La promesa se cumplió bajo una manta de lluvia que encharcaba el puerto y la entrada a ese restaurante de puerta especiada. Con la cerveza ya apaciguando el buche reclamas al maître un buen pescado sin espinas, y esto abrió la danza de la confusión. Pero el bacalao tiene más espinas que el pargo, ¿no? Sí, bueno, pues pargo… y vosotros, ¿qué habéis pedido? … ¿Puedo probarlo? Así que, entre tus múltiples cambios de opinión y las traducciones simultáneas al maître, no quedó claro el plato que deseabas. Cuando te pusieron por delante un bacalao con patatas y crema, estallé en risa porque me parecía que aceptabas inseguro e indeciso el menú, y mi carcajada rebotó primero sobre ti y luego sobre Ciro y Loïc. En ese instante de feliz alboroto, entendí que eras parte del argumento de nuestras vidas y que la obra carecía de pulso sin tu existencia. Continuamos el viaje hasta Sidi Ifni, no sin sobresalto en el camino, pues nos abandonabas en ocasiones, ya que no estabas dispuesto a subir el desfiladero en un burro que te colocaba al borde del abismo o porque no entendías a los mercaderes de esos zocos que te ofrecían en imposible lengua artículos de marroquinería. Indignado, te excusaste: Sólo pongo una condición para comprar: si encuentro a alguno que me dice en castellano: “Oiga, caballero, le ofrezco mis productos. Pase, por favor”. Entonces sí que me llevo la tienda entera. No así.
Y de nuestros afanes turísticos te deshacías huyendo a cualquier hotel que tuviera birra de importación. Para ganar tiempo decidimos viajar sin parar hasta Mirleft. La oscura carretera no redujo la velocidad con la que Ciro nos conducía, y apaciguabas tu terror llamando a un colega y demandando vuelos desde Agadir o Marrakech, pero nosotros ignorábamos tus miedos y finalmente no nos abandonaste, gracias a tus tranquimacines.
Después de ese viaje, el elenco se redujo a tres porque Loïc se colocó en las Antípodas, y su marcha parece significar ahora preludio de sueño irrevocable. Ni amores ni negocios marchaban, sólo tomó ventaja la enfermedad y en ese trance decidiste emular a Séneca.
Pero fueron muchos los días con sus noches donde fuimos tres, donde abandonabas Villa Margarita y te hospedabas en Mayor. Contabas episodios de tu vida y la concurrencia de los sábados reía y pedía bises, pues no hubo mejor narrador de su propia historia que tú, sacerdote apóstata, marica vanguardista, hombre entre los hombres.
La irritación que tus desmadres provocaban era un precio justo que pagaba quien te quería. Pues… ¿quién fue mejor maestro en la enseñanza de los irreales paraísos? ¿A quién debo, si no, las felices noches de delirios, la luminosa asunción del vértigo con el que vivo? Esas fueron mis razones para hacerte desistir, pero, ¿quién detiene a este salvaje, quién desdice a este reo de sus libres decisiones?
Cambiaste la escenografía para morir sin cruces sangrientas en tus muñecas, y el dios de última hora al que te ofreciste no fue más que un Sócrates vendido a las nuevas cicutas del trapicheo y la fanfarria. Enhorabuena, Julio. Gracias por aliviar la circunstancia. No tuvimos que buscar un departamento con bidet, condición imperiosa para atraerte a la caótica ciudad. Se perdieron los días californianos entre las lágrimas y la perplejidad. Desde Sherman Oaks hasta este Eje Central hemos inventado un templo volátil donde podemos castigarte a placer, pues ni muerto conseguirás que el olvido se zampe los azules días donde fuimos tres.

Nota para el Juez: Si la magia es testimonio, apunto, Señoría, que tuvimos un aviso de las intenciones de nuestro amigo Julio Romero. Durante nuestro viaje por California, Arizona y Nevada, nuestra cámara digital se empecinó en sacar una imagen de este ilustre pendejo tomada un año antes. Dicha imagen reaparecía insistentemente cada noche al descargar los archivos en el ordenador, a pesar de haber sido borrada de la memoria de la tarjeta unos diez meses atrás. Destaco el inexplicable suceso por si se honra condenarnos a viajar eternamente sobre el lomo de su último expediente.

Mili Crespo

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